Anna Rossell, Presentación del libro de Birago Diop, Cuentos del Sahel
PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Birago Diop, Cuentos del Sahel, trad. de Laura-Remei Martínez-Buitrago, Prefacio de Léopold Sédar Senghor, Takusan Ediciones (Colección Horizonte), Barcelona, 2006
Título original: Les nouveaux contes d’Amadou Koumba, ed. Présence africaine, Paris, 1958
(Viernes, 1 de diciembre de 2006)
por Anna Rossell
Debo agradecer a mi amigo Sidi Seck, de Takusan Ediciones, la oportunidad que me ha brindado de presentar este libro, en primer lugar porque me honra celebrar con él y con todos ustedes la primera traducción al español de un autor que cumple conocer y cuya forzada y clamorosa ausencia de los anaqueles de nuestras librerías y bibliotecas ha sido -hasta ahora- verdaderamente lamentable. Que yo sepa sólo existe, desde el año 2003, un libro con la rúbrica de este autor, traducido al catalán, que publicó la editorial Maikalili bajo el título de Contes de la sabana africana. Debemos congratularnos pues por tener el privilegio de asistir al acto que nos da la oportunidad de conocer a este autor en español, del que esperamos se siga a partir de ahora la traducción de toda su obra, que, no por discreta en número, es menos merecedora de ser difundida entre nosotros.
Y puesto que Birago Diop era aquí hasta ahora un nombre prácticamente desconocido, empezaré mi presentación dedicando unas palabras a su persona, a modo de introducción, y pasaré luego a referirme concretamente al libro que nos ocupa.
Birago Diop nació en Dacar –Senegal- el año 1906 en el seno de una familia de la etnia wolof y murió en 1989. Estudió veterinaria en Toulouse y ejerció su profesión en diversos países de África occidental: en Sudán, Costa de Marfil, Alto Volta, Mauritania y Senegal. En los años sesenta, cuando Senegal obtuvo la independencia, se dedicó a la diplomacia y fue embajador en Túnez. Se asoció al movimiento de la negritud –movimiento que se inició ya en los años 30 a partir de artistas africanos residentes en Europa y que tuvo como objetivo luchar contra la colonización cultural, reivindicando la recuperación de lo auténticamente africano- y conoció a su principal impulsor Léopold Sédar Senghor. La escritura de Diop es de expresión francesa y reivindica la literatura africana tradicional, lo cual se refleja en su trabajo como recopilador de cuentos de transmisión oral, aunque no sólo en tanto que recopilador-escritor de cuentos. Su obra, si bien no es muy numerosa, tiene la peculiaridad de haber cristalizado en registros literarios tan diversos como el cuento, la fábula, la poesía, el teatro y las memorias; éstas últimas forman cinco volúmenes, que por las características que reúne su autor -personaje cultivado, observador, sensible y buen escritor, que ejerció su profesión como veterinario y como diplomático en cinco países de África occidental-, son de especial interés desde el punto de vista de diversas disciplinas.
Muy especialmente me ha impresionado de él un poema que me gustaría leerles aquí, como una pequeña muestra -muy pequeña- de la calidad que alcanza Diop, también como poeta. Si bien la traducción, y mucho más tratándose de poesía, acostumbra a ser sólo un pálido reflejo del original, espero hacerles llegar con estos versos una intuición de la musicalidad, del ritmo, de algunos juegos lingüísticos, de algunas de las connotaciones inherentes a las palabras francesas que él elige sopesadamente, de la profundidad del sentimiento, del sentido convencimiento que las impulsa y de lo que dice y nos sabe transmitir sin obstáculo alguno desde la esencia más medular de su africanidad a la esencia más íntima de nuestra europeidad, la de nuestros románticos y nuestros filósofos panteístas.
Para hacerse una idea cabal de lo que acabo de decir recomiendo encarecidamente que visiten ustedes la página web dedicada al autor que se encuentra fácilmente con el buscador google y en la que, si lo desean, podrán escuchar la impresionante voz del propio autor recitando este mismo poema en la lengua original. Entender o no el francés es, en este caso, lo de menos.
La traducción que leeré ahora es mía, pero he partido de una versión de Verónica Pereyra, que se encuentra en esta página web. Dice así:
El aliento (Título original: Les souffles)
Escucha mucho más
Las cosas que a los seres,
La voz del fuego se oye,
Oye la voz del agua,
Escucha en el viento el sollozo del zarzal:
Es el aliento de los ancestros.
Los muertos nunca se fueron:
Están en la sombra que clarea
Y en la sombra más oscura,
Los muertos no están bajo tierra:
Están en el árbol que se estremece,
Están en la madera que cruje,
Están en el agua que fluye,
Están en el agua que duerme,
Están en la choza, están en la gente:
Los muertos no están muertos.
Escucha mucho más
Las cosas que a los seres,
La voz del fuego se oye,
Oye la voz del agua,
Escucha en el viento
El sollozo del zarzal:
Es el aliento de los ancestros muertos,
Que no se han ido,
Que no están bajo tierra,
Que no están muertos.
Los muertos nunca se fueron:
Están en el seno de la mujer,
Están en el niño que llora
Y en el ascua que se aviva:
Los muertos no están bajo tierra,
Están en el fuego que se extingue,
Están en el hierbal que llora,
Están en el peñón que gime,
Están en el bosque, están en la morada,
Los muertos no están muertos.
Escucha mucho más
Las cosas que a los seres,
La voz del fuego se oye,
Oye la voz del agua,
Escucha en el viento
El sollozo del zarzal,
Es el aliento de los ancestros.
Él renueva cada día el pacto,
El gran pacto que une,
Que une para siempre nuestra suerte
A los actos de alientos más fuertes,
A la suerte de nuestros muertos, que no están muertos,
Oneroso pacto que nos une a la vida,
La onerosa ley que nos une a los actos
De los alientos que se mueren
En la cama y en las orillas del río,
Los alientos que se mueven
En el peñón que gime y en el hierbal que llora.
Los alientos que moran
En el juego claroscuro de la sombra,
En el árbol que se agita, en la madera que cruje,
Y en el agua que fluye y en el agua que duerme,
Los alientos más fuertes, que transportan
El aliento de los muertos, que no están muertos,
Los muertos, que no se han ido,
Los muertos, que ya no están bajo tierra.
Escucha mucho más
Las cosas que a los seres,
La voz del fuego se oye,
Oye la voz del agua,
Escucha en el viento
El sollozo del zarzal,
Es el aliento de los ancestros.
http://neveu01.chez-alice.fr/birasouf.htm
Les souffles (versión original)
Ecoute plus souvent
Les choses que les êtres
La voix du feu s’entend,
Entends la voix de l’eau.
Ecoute dans le vent le buisson en sanglots:
C’est le souffle des ancêtres.
Ceux qui sont morts ne sont jamais partis:
Ils sont dans l’ombre qui s’éclaire
Et dans l’ombre qui s’épaissit.
Les morts ne sont pas sous la terre:
Ils sont dans l’arbre qui frémit,
Ils sont dans le bois qui gémit,
Ils sont dans l’eau qui coule,
Ils sont dans l’eau qui dort,
Ils sont dans la case, ils sont dans la foule:
Ecoute plus souvent
Les choses que les êtres
La voix du feu s’entend,
Entends la voix de l’eau.
Ecoute dans le vent
Le buisson en sanglots:
C’est le souffle des ancêtres morts,
Qui ne sont pas partis
Qui ne sont pas sous la terre
Qui ne sont pas morts.
Ceux qui sont morts ne sont jamais partis:
Ils sont dans le sein de la femme,
Ils sont dans l’enfant qui vagit
Et dans le tison qui s’enflamme.
Les morts ne sont pas sous la terre:
Ils sont dans le feu qui s’éteint,
Ils sont dans les herbes qui pleurent,
Ils sont dans le rocher qui geint,
Ils sont dans la forêt, ils sont dans la demeure,
Les morts ne sont pas morts.
Ecoute plus souvent
Les choses que les êtres
La voix du feu s’entend,
Entends la voix de l’eau.
Ecoute dans le vent
Le buisson en sanglots,
C’est le souffle des ancêtres.
Il redit chaque jour le pacte,
Le grand pacte qui lie,
Qui lie à la loi notre sort
Aux actes des souffles plus forts,
Le sort de nos morts qui ne sont pas morts,
Le lourd pacte qui nos lie à la vie.
La lourde loi qui nous lie aux actes
Des souffles qui se meurent
Dans le lit et sur les rives du fleuve,
Des souffles qui se meuvent
Dans le rocher qui geint et dans l’herbe qui pleure.
Des souffles qui demeurent
Dans l’ombre qui s’éclaire et s’épaissit,
Dans l’arbre qui frémit, dans le bois qui gémit
Et dans l’eau qui coule et dans l’eau qui dort,
Des souffles plus forts qui ont pris
Le souffle des morts qui ne sont pas morts,
Des morts qui ne sont pas partis,
Des morts qui ne sont plus sous la terre.
Ecoute plus souvent
Les choses que les êtres
La voix du feu s’entend,
Entend la voix de l’eau.
Le buisson en sanglots,
C’est le souffle des ancêtres.
Hasta aquí la breve introducción a la persona de Birago Diop. Me referiré ahora al libro concreto que presentamos esta noche:
Ya he aludido antes al autor como recopilador-escritor de cuentos de transmisión oral. Este volumen, Cuentos del Sahel, reúne un conjunto de fábulas y cuentos que no son exactamente originales de Diop, sino historias transmitidas oralmente a través de generaciones que Birago Diop escuchó de boca del griot Amadou, hijo de Koumba, a quien el autor considera su maestro. Si bien Diop se presenta como un mero traductor de las palabras de Amadou Koumba, Léopold Sédar Senghor afirma en el prefacio que ello debe de ser por modestia, porque –y cito a Sédar Senghor- “Diop no se contenta con una traducción literal palabra por palabra [...], los relatos del griot, él los ha repensado y escrito como artista negro y francés al mismo tiempo, sin olvidar que traduttore traditore.”
Así pues Diop no se limita simplemente a verter al francés lo que escucha en lengua wolof de Amadou Koumba, sino que aporta detalles de su propia cosecha, quita de aquí y pone allá y le da el toque estilístico personal que lleva el sello de la pluma de quien fija a través de su propia escritura una tradición ancestral.
Este libro, además del prefacio introductorio de Sédar Senghor, reúne en 152 páginas 13 fábulas y cuentos de una región de África occidental subsahariana denominada Sahel, un área geográfica que, limítrofe por el norte con el sur del Sáhara, se extiende horizontalmente de izquierda a derecha del continente africano –desde el Atlántico hasta el Nilo Blanco-, dibujando una franja bien delimitada, que implica Mauritania, Senegal, Mali, Guinea, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Camerún, Chad y Sudán y que históricamente es la cuna de algunos de los grandes imperios medievales africanos como el de Ghana o el de Mali. Esta recopilación de cuentos, ya en sí meritoria como pequeño homenaje a la oralidad y compendio de antiquísimas historias provenientes de una zona culturalmente bien delimitada, tiene además la virtud de estar escrita con una prosa fresca, fluida, simpática no exenta de humor que la hace apetecible al lector desde el principio hasta el final. Quien en sus páginas espere encontrar lejanías exóticas, planteamientos de problemáticas ajenas por incomprensibles o situaciones rayanas en los límites de su imaginación se verá profundamente defraudado (quien avisa no es traidor). Porque, en lugar de ello, se paseará por un mundo que, contrariamente y aun sin ser su propio mundo, le resultará extraordinariamente familiar: asistirá a las aventuras de personajes humanos –hombres, mujeres y niños- que conviven con Bouki-la-Hiena, Gayndé-el-León, Sègue-la-Pantera, Thile-el-Chacal, Leuk-la-Liebre, Nièye-el-Elefante, Bèye-la-Cabra, Thioye-el-Loro, N’Djougoupe-el-Murciélago o Golo-el-mono, se encontrará con sombras de estatuas que se transforman en hombres de la eterna juventud, árboles que hablan y dan consejos y galletas que conversan, luchan y se persiguen... Escuchará a personajes malos que, como en nuestras recopilaciones de los hermanos Grimm o de Andersen exclamarán “Aquí huele a carne humana”, se topará con quienes deben recibir merecido castigo por irse de la lengua, con maleducados que no saben guardar las formas a la mesa de un anfitrión e infringen las reglas de una urbanidad también muy nuestra y con madrastras que, como en la cenicienta, acabarán mal sus días por maltratar y explotar a su hijastra. Y sólo he hecho un brevísimo repaso de los contenidos. También desde el punto de vista formal se observa asombroso parecido con las fábulas más rancias de la tradición europea. Y es que cuanto más leemos y conocemos de literaturas culturalmente ubicadas en las geografías más lejanas, más nos vemos obligados a concluir que la naturaleza humana vierte en un crisol de materiales obligadamente comunes, por humanos, sus fantasías, sus deseos, sus mitos y sus utopías, y en ello precisamente estriba lo universal del material literario, al tiempo que hace de una literatura determinada un clásico universal. Y, a pesar de ello, con todo lo común, lo que nos resulta cercano y resuena a nuestros oídos como un eco, con todo lo parental y familiar, ¡cómo nos enriquecen los matices, cómo gozamos entonces de las diferencias, de lo que nos envuelve en un mundo a la vez conocido y sorprendente...!
Al igual que los nuestros europeos, estas fábulas y cuentos tienen la prerrogativa de apelar a la imaginación y a la inteligencia de mayores y pequeños, de jóvenes y no tan jóvenes; no van dirigidas a un público exclusivamente infantil. Al contrario, se trata de historias que, por la función educadora y de cohesión social que se proponen, invocan y convocan a toda la sociedad y hacen el deleite de cualquiera, incluso si uno, aprovechando sólo al mínimo las posibilidades del texto, las lee exclusivamente para sí. Y digo esto porque Birago Diop, seguramente siguiendo la tradición de la oralidad con que estas historias se han narrado durante siglos para el oído y la vista de los reunidos alrededor del griot, subraya con recursos formales la fuerza teatral que contienen y sugiere con naturalidad su puesta en escena: así cada una de estas narraciones invita a no ser simplemente narrada, sino a la interpretación, a los cambios de registro, de voces, de muecas y de gesticulación, a la metamorfosis camaleónica en los distintos personajes por parte del narrador que, de este modo, consigue atraer aún más la atención de su público y trasladarlo a su universo fantástico. Un buen abanico de recursos estilísticos facilita esta escenificación teatral de los textos, incluso en la versión ya más clásica para el público europeo de una supuesta puesta en escena con los correspondientes actos y papeles dramáticos: la increíble matización de caracteres en la rica palestra de personajes que despliegan, la estructura formal -en la mayoría de los casos bien diferenciada- que, exenta sin embargo de rigidez, permite desglosar el texto en una introducción, un desarrollo y una moraleja, y el reto que representa trasladar a un escenario el universo abstracto, fabuloso –mítico- que proponen. Y quiero subrayar aún otra cualidad -en este caso seguro que debida exclusivamente al genio y al ingenio personal de Birago Diop- y es la manera integradora con que el autor sabe dirigirse a la vez a un público africano-wolof y a uno europeo-francés (o, en su traducción, también al de cualquier otro idioma) jugando como lo hace con ambas lenguas -en las cancioncillas que constantemente van salpicando los textos por ejemplo-, haciéndolas convivir, traduciendo de una a la otra pero como si de una sola lengua se tratara, o bien ingeniándoselas para que, sin necesidad de la traducción –a través de la estrategia de la repetición- el lector o el oyente-espectador sea capaz de entender sin darse prácticamente ni cuenta de que le han cambiado el código.
No puedo sino felicitar, y felicitarme a mí como lectora- a Takusan Ediciones por brindarnos este regalo y en tan oportuno momento, ahora que se celebra el centenario del nacimiento de Birago Diop. Una editorial que, en su corta existencia, está dando sobradas y evidentes muestras de la vocación que tiene: llenar vacíos que claman al cielo, ofrecer a los lectores los tesoros que lo son por doble razón: por su calidad y porque no se encuentran, una editorial que contribuye con ello a la difusión de un conocimiento que representa un enorme enriquecimiento cultural y una indispensable plataforma para el diálogo entre las culturas. Como decía Juan Goytisolo al concluir la conferencia que dio el pasado martes en la Biblioteca de Cataluña con motivo de la presentación de otro libro Diàlegs sense fronteres, "en lo universal siempre hay que sumar, nunca, nunca restar".
Anna Rossell
(Viernes, 1 de diciembre de 2006)