Microrrelato de Anna Rossell

EL ORATE VISIONARIO

Le llamaban «El orate visionario». No había nacido allí. Había llegado al pueblo de pequeño, con una tía suya, que lo había tomado a su cargo cuando se quedó huérfano. Nadie sabía qué edad tenía Pedro, nadie había cruzado una palabra con él. Pedro no hablaba. Sólo decía «mamá». Deambulaba por las calles sin rumbo, echaba a correr de pronto sin motivo y se agazapaba detrás de un matorral o se metía en un portal, como para resguardarse de un peligro. El apodo de «visionario» le venía por la expresión que adoptaban a veces sus ojos cuando se detenía de repente y se quedaba mirando a un punto fijo, aterrorizado, temblando y petrificado al mismo tiempo. Ni las burlas ni los empellones de los chiquillos conseguían sacarle de aquel ensimismamiento, que sólo se rompía cuando su tía acudía a rescatarle y se lo llevaba a casa cogido de la mano. «Mamá, mamá», decía entonces con voz entrecortada.

Así transcurría su vida desde los cuatro años, cuando su padre degolló a su madre en su presencia y se descerrajó después un tiro en la sien.

© Anna Rossell

Etiquetas: