LA POESÍA DE ANNA ROSSELL

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Josep Anton Soldevila ©
Fue en el transcurso de un recital, en el marco de la Semana de la Poesía de Barcelona de mayo de 2011 cuando oí a Anna Rossell leyendo el poema Todesfuge, de Paul Celan. Yo sabía de la existencia de este célebre poema sobre el Holocausto, pero nunca lo había leído y mucho menos, oído recitar. Anna lo hizo, primero en alemán y luego en su propia traducción al español. Quedé tan impresionado por su manera de decirlo, que casi no me hizo falta escuchar la versión española para entenderlo de pies a cabeza, y digo esto en todos sus sentidos y acepciones, porque me estremeció física y anímicamente.
Anna Rossell
Entonces hacía poco, menos de un año, que acababa de leer su libro de poemas, La ferida en la paraula (La herida en la palabra) y no tenía la impresión de que su contenido, su esencia o razón, tenía mucho que ver con poemas como aquel. Puedo decirlo con seguridad, porque conservo las palabras con las que le expresé mi opinión:
“Estimada Anna, he leído tu poemario –la prosa la dejo para más adelante– y quería compartir contigo así, ‘au pié levé’, que dicen los franceses, las impresiones que me ha producido. Y digo impresiones y no impresión porque son varias las recibidas, no en vano se trata de varios libros en un volumen (es cierto sin embargo, que también nosotros somos varias personas en un volumen...).
He encontrado la pincelada impresionista mezclada con la meditación filosófica. Algo aparentemente contradictorio y que en el libro se convierte en extrañamente natural. También tu viaje (y digo viaje y no lucha...) constante entre la ciudad de la razón y la de la emoción, sin renunciar a ninguno de ambos paisajes. La clarividencia de la verdad envuelta en ternura y una contención serena al poner palabras a los sentimientos.
Pero como dicen las palabras de T.S. Eliot: ‘Sólo por la forma, la norma / pueden las palabras o la música alcanzar / la calma / como un jarrón chino / se mueve perpetuamente en su serenidad’. Todo esto que dices no sería poesía si no fuera por cómo lo dices. En este libro el maridaje de fondo y forma es perfecto, te felicito sinceramente.”
La emoción a la que hacía referencia en mi comentario se decantaba hacia una concepción puramente lírica de la poesía, si bien algo me debía tambalear en el razonamiento, cuando me decidí a terminarlo con esta frase:
“Y decir que sí, que en el mundo hay todavía lugar para la esperanza, la ilusión no es vana. Por eso la poesía y los poetas y el compartir y nombrar.”
Quizás un presentimiento, más allá de mi precipitado juicio, me decía que había algo más en aquella poesía tan diversa del libro: una honda desesperación por la condición humana, por los abismos de una condición humana, que rezumaba sin terminar de flotar en algunos de los poemas.
Así, el argumento de este primer libro giraba en torno a tres ejes, que después se han confirmado como los grandes temas de la poesía de Anna Rossell: la emoción íntima, el viaje y el dolor de la humanidad.
 
A veces encontramos poemas donde estos elementos aparecen aislados de los otros dos, único, como en este poema donde la emoción nos corta el aliento:
Se nos ha parado el tiempo,
te has ido,
y ahora
–cuando toda relación deviene vana e inútil–,
soy consciente de que hemos hecho
la ruta sin encontrarnos.
Y ahora sólo me quedan el silencio
y la nada.
 
(de su libro La herida en la palabra)
 
El viaje, dentro de un libro que es todo él una crónica:
 
La cinta hace el camino, clara
y polvorienta, en medio, un baobab; un hombre
yace sobre un banco, bajo un árbol frondoso
 
(de su libro Cuaderno de Malí)
 
El dolor de la humanidad, reflejado en el horror nazi:
 
Hay una mujer que no se mueve
en el camastro. Tiene la mirada fija
en la pared y un mechón de pelo largo
y grasiento sobre el labio entreabierto.
Parece que respira sutilmente aún,
 
pero ya está muerta.
 
(de su libro Birkenau - La pradera de los abedules, inédito)
 
En otros momentos, los elementos se mezclan, de la misma manera que en la propia vida, y entonces nos da versos que combinan la conmoción personal con la profundidad filosófica, utilizando unas estructuras casi sálmicas, a la manera de un texto bíblico. Como asimismo emplea Celan en el Todesfuge que hemos citado al principio.
Esto lo vemos claramente en muchas de las estrofas de su libro Us deixo el meu llegat per si algún dia... (Os dejo mi legado por si un día...), todavía inédito:
 
¿Quién adiestra las mentes de los
inocentes? ¿Quién se erige en juez de un
igual?, ¿quién? ¿Quién condena pateras a
la muerte?, ¿quién? ¿Quién persigue por gusto de
perseguir? ¿Quién dispara por gusto de
disparar? ¿Quién levanta muros y cierra las
fronteras al desesperado? ¿Quién lo entrega a
la tierra de la muerte? ¿Nadie lo sabe?
¿Lo sabe alguien? ¿Lo sabemos
                                        todos?
 
o en este otro, donde es la técnica de la repetición de palabras en oraciones diferentes y consecutivas la que crea el efecto de salmo:
 
El cuerpo no es mi cuerpo, sólo ojos,
la arena me aprisiona, me atenaza,
el cuerpo es mi cuerpo, la lengua se
desliza apenas lenta por el acre
y denso vómito viscoso, crujen los dientes,
y el peso, el peso, la losa sobre el
pecho respirando; más abajo la nada,
el cuerpo es medio cuerpo y es mi cuerpo,
ahogo de aire denso. Dónde estoy,
donde estoy es oscuro, dónde, dónde
estoy, donde estoy es todo oscuridad.
(del libro Us deixo el meu llegat per si algún dia... – Os dejo mi legado por si un día..., inédito)
 
He citado dos veces a Celan en este comentario sobre la poesía de Anna Rossell porque pienso que hay una conexión innegable entre el espíritu poético y cívico de ambos. El primero vivió el horror en su piel, Anna es capaz de sentirlo y expresarlo vicariamente, como si se transformara en la voz de aquellos que ahora mismo están inmersos en aquel horror. La comunión de sentido acaba siendo comunión también de formas, pues, pese a no ser iguales, las de ambos beben de la misma fuente. Y no por un motivo de imitación, sino sencillamente, de eficacia.
 
Después de esta incursión por el universo poético de Anna Rossell, constatamos –ya que tengo la suerte de conocerla personalmente– que coincide punto por punto con el personal. Se trata de un universo complejo, que en nuestro afán analítico para hacernos comprender hemos reducido a tres elementos y sus combinaciones, pero que, como siempre que intentamos definir, nos deja con la sensación de que no lo decimos todo.
Avanzamos pues un poco más, tratando de presentar otros aspectos que vayan más allá de la autenticidad –consecuencia de esta relación directa entre vida y poesía– o de las motivaciones que advertimos en sus poemas.
Hablamos, por ejemplo de las técnicas empleadas.
Ya hemos dejado claro cuál es la que utiliza para los poemas de reivindicación o denuncia social, una técnica, aprovechamos para decirlo, que la deja a una distancia sideral de la mayoría de los que, con buena intención pero nula sabiduría, perpetran panfletos en vez de poemas. Con su manera de hacerlo, Anna Rossell no sólo dignifica la humanidad de los humillados, sino que establece una paridad entre la solemnidad de la forma y la trascendencia del hecho expuesto.
En contraste, cuando nos fijamos en aquellos poemas en los que surge el yo poético, nos encontramos con un panorama absolutamente distinto. Aquí la solemnidad se convierte sencillez y el verso amplio en breve, a veces, brevísimo:
 
Tengo,
así pues, no soy,
pues soy
lo que queda
cuando resto lo que
yo tengo.
Decir yo
es decir
soy.
Resta "tengo"
al "yo"
para ser.
 
(de su libro La herida en la palabra)
 
Es claro que no en todos la poeta utiliza formas tan esquemáticas, pero me ha parecido mejor poner este ejemplo extremo para ilustrar lo que quería decir: que, para ella, la forma viene condicionada por el fondo y que es capaz de manejarse en cualquier gama de estrofas normativas o inventadas.
En el caso de los poemas de viaje, el más adecuado, ya que se trata de relatar impresiones que causa lo que se está viendo, será escoger un estilo discursivo, capaz de reproducir en el lector el impacto de la realidad y dejar que las sensaciones los mimen:
Cuatro caritas menudas de ojos grandes observan temerosas
el momento, la más pequeña llora: asusta la piel
blanca. Los mayores han terminado ya, empiezan
los pequeños, la madre ofrece una papaya gigante
a la visita: abarka, abarka, abarka, í ni tié, í ni tié,
abarka, abarka, í ni tié.
 
(del libro Cuaderno de Malí)
 
La poesía de Anna Rossell se despliega así en todos los ámbitos de la vida, en los ciertamente dramáticos y en los aparentemente banales, en el yo íntimo y en el yo relacional. El factor común a todos y cada uno de ellos es su participación activa, su estremecimiento personal en penetrar. Es en este instante que la poeta los hace suyos y acaba por borrar los límites entre lo que afecta al otro y lo que le afecta a ella misma, y le da la voz precisa para expresarlo.
El resultado de esto es la belleza de unos versos construidos a la medida del mensaje. Que lo sean cuando es la propia alma la que nos habla no es de extrañar, pues están en correspondencia con la vivencia poética que la origina; que también lo sean cuando nos habla de los paisajes humanos de esta África que tanto ama, ya es más difícil, pero que también ocurra esto cuando nos relata las miserias y los horrores humanos más espantosos, ya forma parte del milagro que llamamos poesía.
Y es que Anna Rossell es poeta.
 
Publicado en RyF, Realidades y Ficciones -Revista literaria-, nº 18, Septiembre de 2014 – Año V, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, ISSN 2250-4281
 

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