Anna Rossell, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia

Stefan Zweig, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia

Anna Rossell

I. Castellio contra Calvino en el contexto de la biografía y del horizonte ideológico de Stefan Zweig

Es sabido que Stefan Zweig (1881-1942) tenía debilidad por el retrato psicológico. Su obra literaria está llena de estudios de personalidades a caballo entre la biografía y la fábula historicista. Sus ensayos más conocidos, aparecidos en una colección cuyo sintomático nombre, Baumeister der Welt -Arquitectos del mundo-, revela la intención de divulgar las ideas de los escritores que él tenía por los más influyentes y valiosos de su tiempo, forman parte de un proyecto que habría de contribuir a la construcción de una Europa unida en paz por la fuerza del espíritu, la utopía que Zweig persiguió hasta el final de sus días[1].
Después de la devastadora experiencia de la Primera Guerra Mundial, en 1922, publica Drei Meister (Balzac, Dickens, Dostojewski) –Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostojevski)[2]-; en 1925, Der Kampf mit dem Dämon (Hölderlin, Kleist, Nietzsche) –La lucha contra el demonio (Hölderlin, Kleist, Nietzsche)[3]- y en 1928, Drei Dichter ihres Lebens (Casanova, Stendhal, Tolstoj) –Tres poetas (Casanova, Stendhal, Tolstoi)-. En esta misma línea de trabajo y en consonancia con el desarrollo político-social de los tiempos, que ya no dejaba lugar a dudas respecto a la naturaleza dictatorial y de terror del gobierno nacionalsocialista –las leyes de Nuremberg, que sirvieron de base a la política antisemita de los nazis, se promulgaron en 1935-, el judío austriaco Zweig publica, en 1934, Triumph und Tragik des Erasmus von Rotterdam –Erasmo de Rotterdam. Triunfo y tragedia de un humanista[4]-, una pintura del erudito humanista en confrontación con su oponente, Lutero. Por aquel entonces la elevada temperatura política se manifiesta ya abiertamente en las calles de Viena y la casa del escritor pacifista es registrada en busca de armas. Es el mismo año en que, como consecuencia de la amenaza que representa esta violación de su intimidad y el peligro que se cierne sobre él, Zweig decide abandonar Austria y trasladarse definitivamente a Londres. Es allí donde, ya en 1936, publica Castellio gegen Calvin oder Ein Gewissen gegen die Gewalt –Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia-[5].

Escrito en el exilio, este ensayo forma parte de la literatura en lengua alemana que gestaron los autores proscritos por el nazismo desde sus respectivos destierros. Todos ellos tienen en común la referencia indirecta a los horrores del nacionalsocialismo y se proponen desenmascararlo y tomar posición frente a él, sin perder la esperanza de que algún eco de su obra llegue a quienes sufren desde dentro su tiranía. Así la literatura del exilio se sirve de un lenguaje enmascarado, cultiva la novela histórica y la parábola para hacer alusión a su tiempo, sin referirse concretamente a él. Situando la acción en épocas pasadas, consigue del lector la distancia brechtiana necesaria para reconocer el cuadro de una sintomatología que se repite ahora, como entonces.
Zweig no constituye una excepción. No es casualidad que sea precisamente en aquellos años cuando se vuelca en el estudio de estos dos personajes históricos, el humanista Castellio y el dictador Calvino, que en el siglo XVI protagonizaron una esencial y enconada controversia en torno a la libertad de conciencia, y los eleva a arquetipos universales de dos posiciones enfrentadas e irreconciliables, que parecen alternarse en la historia de manera cíclica: la mentalidad fanática, déspota e intransigente y la postura temperada, respetuosa y dialogante.

Que Zweig pretendía establecer un paralelismo entre el horror que propició la reforma calvinista y el de la dictadura nacionalsocialista se echa de ver no sólo por el momento en que escribe el ensayo, sino también por el léxico nazi ocasionalmente entretejido[6] y hasta por los rasgos psicológicos y físicos que el autor atribuye a Calvino.[7] Sin embargo las frecuentes reflexiones que Stefan Zweig dedica a la historia, que salpican toda la obra, para extraer conclusiones generales, el decidido posicionamiento del escritor a favor de Castellio, así como el aborrecimiento que muestra hacia Calvino dan a entender que esta obra tuvo para Zweig una trascendencia mayor: el escritor pretende rescatar del olvido la figura de Castellio, hoy aún apenas conocido incluso entre muchos eruditos, y divulgar su pensamiento y su heroica actuación para que el mundo entero sepa de su valiosa aportación al humanismo. Zweig, cuya maestría en la introspección psicológica es reconocida, depura hasta tal punto los rasgos de sus personajes, que consigue retratar no ya a dos individuos, sino la quintaesencia universal del fanatismo y del humanismo respectivamente.[8]

Esta apasionada defensa de la libertad de conciencia y de expresión contra la tiranía, que esclaviza los espíritus ejerciendo violencia sobre ellos, está en absoluta consonancia con la profunda convicción pacifista de Zweig, que, influido por su amigo Romain Rolland y marcado por las experiencias de la Primera Guerra Mundial, abominaba no sólo de las contiendas bélicas, sino que rehuía discusiones y polémicas y evitaba los posicionamientos radicales, fueran estos intelectuales o políticos. El, que nunca fue un hombre político ni se interesó por la política, se veía a sí mismo como mediador entre partes y perseguía con sus ensayos el ideal de contribuir a la construcción de una Europa supranacional que, superando las diferencias que la habían conducido a la Gran Guerra, caminara hacia un futuro colectivo de hermandad y comunión espiritual y cultural, donde cada individuo decidiera libremente su destino.[9] Veía en la diáspora del pueblo judío, en su pluralidad cultural y lingüística y en su desarraigo nacional, una oportunidad para hacer realidad este ideal de confluencia de todos los seres humanos en el espíritu, superando los nacionalismos y consideraba el sionismo y la fundación de un estado judío como un modo de desperdiciar la oportunidad de esta misión histórica.[10] Asociaba el progreso técnico al triunfo del espíritu sobre la barbarie e interpretaba esta evolución como un camino hacia delante y sin retorno, basado en una confianza desmesurada en la razón humana y en un optimismo poco realista.[11]

II. Calvino contra Castellio como arquetipos del dictador y el humanista

Zweig, que ya en 1916 en su pieza teatral Jeremias escribía „¡No se puede derrotar lo que es invisible! Se puede matar a los seres humanos, pero no al Dios que vive en ellos. Se puede someter a un pueblo, pero nunca a su espíritu“[12], defensor a ultranza de la libertad de pensamiento, no podía quedarse callado ante la violación sistemática del nacionalsocialismo de este derecho universal. En Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia (1936) alza su voz contra esta violación sirviéndose del caso histórico del médico y teólogo español Miguel Servet, perseguido, torturado y ejecutado en la hoguera por Calvino en 1553, acusado de herejía. Ésta, la primera ejecución que llevó a cabo la reforma protestante, levantó numerosas iras y críticas entre los propios partidarios del protestantismo, si bien la mayoría se manifestaban en círculos privados y tenían corta repercusión. Es a partir de esta ejecución, una vez que Calvino ha conseguido consolidar en Ginebra su dictadura teocrática y es ya reconocido por el mundo protestante como el abanderado de la unificación de la Reforma contra la Iglesia de Roma, cuando Castellio, teólogo humanista de prestigio por su vasta erudición, decide oponerse a la propagación de la barbarie y escribe “De haereticis” (1554), bajo el pseudónimo de Martin Bellius para proteger su integridad, desde su exilio de Berna (aunque por las mismas razones constaba Magdeburgo como lugar de publicación). Y poco más tarde, como reacción a la ejecución de Servet, Contra libellum Calvini -que por razones de censura no vio la luz hasta casi un siglo después de la muerte del autor-, una réplica a la apología de Calvino Verteidigung des rechten Glaubens und der Dreieinigkeit gegen die fürchterlichen Irrtümer Servets –Defensa de la verdadera fe y de la Santísima Trinidad contra los terribles errores de Servet-, publicada para justificar su actuación contra Servet.

El prólogo de De haereticis pasa revista a la maquiavélica actuación de Calvino en el proceso contra Servet y plantea paso a paso, a modo de juicio -en el que Castellio actúa al mismo tiempo de abogado defensor de la víctima y de fiscal de Calvino-, con una argumentación de una coherencia aplastante, las cuestiones fundamentales para demostrar al mundo que la muerte de Servet fue un crimen y quien la indujo y suscribió la sentencia, un criminal.
La admiración que siente Zweig por la valentía de este “héroe”, a quien considera verdaderamente libre por no doblegarse a ningún poder ni obedecer a ningún partido más que a su propia conciencia, que arriesga en solitario su vida por el ideal humanístico, se refleja en la valoración que hace de su texto como documento histórico de validez universal, que le lleva a titular el capítulo de su libro que dedica a este prólogo „Das Manifest der Toleranz” –„El Manifiesto de la tolerancia”-.[13]
La obra en su conjunto constituye para el autor una reflexión sobre la convivencia entre libertad y autoridad, dos polos opuestos, pero necesarios, y sobre el talante que debe conducir la actuación humana para evitar que se conviertan en libertinaje y tiranía: „Ningún pueblo, ninguna época, ningún ser racional puede escapar a esta delimitación, siempre necesaria, entre libertad y autoridad: pues la libertad no es posible sin la autoridad (si no, se convierte en caos) y la autoridad no es posible sin la libertad (si no, se convierte en tiranía).“[14]
Zweig abre su capítulo con una cita de Castellio, que resume lo esencial de su alegato: „Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre.”[15]

Es mérito muy encomiable de Castellio que sabe desenmascarar la falacia de la acusación de Calvino, que ha llevado a un ser humano a la hoguera, basando su argumentación en las contradicciones de la argumentación y la actuación de su oponente. Y mérito también poner al descubierto que, a lo largo de la historia, los métodos del fanático son siempre los mismos: la difamación, el desprecio y la aniquilación, y que sólo las razones aducidas cambian. Consciente de que en cada época el poder encuentra su minoría débil de turno sobre la que descargar sus iras, alerta también del peligro de paranoia persecutoria colectiva que puede desencadenar etiquetar a los seres humanos. Partiendo de la condena por herejía a Servet, la primera pregunta que plantea es qué se entiende por hereje y si es lícito perseguir a alguien por herejía. Puesto que Calvino había recurrido a la Biblia para justificar su persecución, Castellio -protestante como Calvino y profundamente religioso- se remite a la misma fuente y no encuentra en ella mención alguna a este concepto, únicamente una alusión al castigo que debe recibir quien niega la existencia de Dios. Pero de ningún modo puede ser éste un hereje, puesto que Servet murió encomendándose a Él y era creyente convencido. Y, más aún, no pueden ser herejes quienes niegan la existencia de Dios, ya que precisamente aquellos a los que Calvino llama herejes afirman ser los verdaderos cristianos. Y concluye:
Puesto que a un turco, a un judío, a un pagano nunca se le llama hereje, la herejía debe de ser un delito exclusivo del cristianismo. De modo que vamos a formularlo de nuevo: Herejes son aquellos que, -aun siendo cristianos- no son adeptos al cristianismo verdadero, sino que, por propia voluntad, difieren en algunos puntos de la ‘verdadera’ interpretación.[16]
Se plantea pues la cuestión sobre cuál de las múltiples exégesis cristianas es entonces la verdadera. Y, puesto que todas ellas reivindican para sí la autenticidad –una actitud que Castellio califica de arrogante-, se reduce al absurdo esta pretensión, pues en la interpretación de la palabra de Dios nadie escapa a la posibilidad de errar. En consecuencia se impone la mutua tolerancia.[17] El concepto de ‚herejía’ es pues relativo y las calificaciones de ‚mártir’ y ‚hereje’ son intercambiables en función del punto de vista. Por otro lado, ¿se puede juzgar y condenar el pensamiento –las creencias íntimas de un individuo-, como si de un delito común se tratara? Y, si así fuera, ¿quién estaría legitimado a hacerlo?

Otro pilar fundamental en que Castellio sustenta su razonamiento es la separación de los poderes laico y religioso. Calvino había impuesto la Biblia „como único libro de leyes legítimo“.[18] Y, puesto que fue la autoridad laica –si bien inducida por Calvino- la que condenó a Servet, el humanista se remite al Nuevo Testamento para recordar que al César compete lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Con todo, aunque lo religioso competa a la autoridad religiosa, nunca ésta debería inmiscuirse en las creencias personales de un individuo. Hacerlo equivaldría a quebrantar su derecho inviolable a la libertad de conciencia. Puesto que cada individuo tiene, por definición, su propio punto de vista, no puede pretenderse unificar los credos por decreto. Castellio exhorta así al recíproco respeto como único camino para la convivencia pacífica y apuesta por el diálogo para llegar a la confluencia de los credos. La verdadera humanidad implica una voluntad de conciliación. Si la individualidad de la convicción es inherente a la naturaleza humana, ¿cómo puede culparse a alguien por su modo de pensar? ¿Quién es responsable de su pensamiento? Castellio invierte entonces la dirección de la culpa: culpable no es el supuesto hereje, sino el fanatismo y la intolerancia. Impregnado del espíritu cristiano, profundo conocedor de la Biblia, sabe y afirma: „si Cristo estuviera aquí nunca os aconsejaría matar a aquellos que reconocen su nombre, incluso en el caso de que erraran en algún detalle o anduvieran por el camino equivocado...“[19] Esta aserción implica que no actúa según el cristianismo quien practica la intransigencia -ello sería una traición a su esencia- como lo sería también la arrogancia del intolerante, puesto que, creyéndose en posesión de la verdad, trata a su interlocutor como a un inferior ignorante y no como a un igual, tal como exige el modelo cristiano de la humildad. Ahí está la diferencia entre el doctrinario y dogmático y el tolerante. La religión no puede demostrarse con querellas ni manifestaciones externas, sino „por el amor compartido, no por ritos externos, sino por el servicio íntimo del corazón“.[20] .
Una prueba inmediata de que Castellio está en lo cierto en su caracterización del dogmático la constituye precisamente la furibunda reacción de Calvino, que, tras el pseudónimo y a pesar del lugar de edición falsificado, sospecha la autoría de Castellio y toma drásticas medidas para que la obra de su oponente sea censurada.

Al igual que la introducción a de De haereticis, que, escrito a partir de un episodio concreto, ultrapasa los límites del caso individual y constituye un manifiesto universal en favor de la tolerancia, también las observaciones de Castellio sobre el temperamento de Calvino, que Zweig recoge y suscribe y contrapone a los rasgos que él mismo detecta en la personalidad de Castellio, constituyen respectivamente una radiografía del carácter totalitario y del humanista en general. Es pues definitorio del fanático que, como Calvino, opte por la represión a cualquier precio de una opinión divergente de la propia, que vierta todo su odio contra quien la manifieste y que se proponga su aniquilación para conseguir que impere únicamente su propia ley. Así Calvino condena y descalifica desde el púlpito el tratado de Castellio sin conocer personalmente su contenido y, siguiendo su habitual estrategia, encarga a su servil colaborador, Teodoro de Beza, una réplica a aquella nueva herejía a la que, inspirándose en el pseudónimo, da el nombre de ‚bellianismo’. De Beza arremete en su opúsculo contra Castellio incluso con más virulencia que su mentor: La libertad de conciencia es, en su opinión, un dogma del diablo, la autoridad debe prevalecer sobre la humanidad y es inadmisible propugnar una hermenéutica personal, pues ello cuestiona la interpretación calvinista, que es, según él, la única verdadera. Pero de Beza quiere asegurar el imperio de la única verdad eliminando a su rival de modo especialmente cruel para que cunda el ejemplo, a través del terror: reta al autor de aquel tratado a dar la cara y exige que este defensor de la tolerancia reciba el trato que merecen los herejes: los tormentos de la tortura y la muerte en la hoguera. Castellio acepta el reto y escribe como contrarréplica Contra libellum Calvini -ahora bajo su propio nombre-. Esta acusación pública constituye, añadida a aquel primer tratado, el primer fundamento de lo que llamamos hoy la Carta de los Derechos Humanos.

En este nuevo proceso contra Calvino, Castellio insiste en que su objetivo no es la defensa de una exégesis frente a otra, sino demostrar que Calvino cometió contra Servet un acto criminal. Zweig pasa minuciosa revista a la argumentación esgrimida por Castellio, que podríamos resumir en tres bloques de preguntas. Castellio desarrolla su alegato en torno a tres cuestiones fundamentales: ¿Qué crimen cometió Servet?, ¿Qué poder está legitimado para juzgarle?, ¿A qué ley se ha remitido este poder para juzgar en materia de religión y sentenciar a muerte, y más aún tratándose de un extranjero?
Con respecto a la primera pregunta Castellio se sirve de las propias palabras de Calvino, que afirma que Servet „ha osado adulterar el Evangelio y se ha dejado llevar por un inexplicable impulso de innovación“ [21]. La objeción que pone Castellio a esta acusación es contundente: ¿qué otra cosa hicieron, si no, los padres del protestantismo, Lutero y el propio Calvino a la cabeza? ¿A qué o a quién se remite Calvino para erigirse en juez de otros que han obrado como él? ¿Qué legitima a Calvino para afirmar que él y sólo él interpreta correctamente la Biblia? Esta sucesión de preguntas pone al descubierto la contradicción del teólogo de Ginebra y lo desenmascara como traidor al primer espíritu del protestantismo, que reivindicaba precisamente la libre interpretación individual de la Biblia, razón por la cual se separó de la Iglesia de Roma. Calvino es, por tanto, el menos adecuado para condenar una actuación que él mismo había seguido antes y reivindicado para otros. Y, por si esta obviedad no fuera suficiente, Castellio aporta una cita del libro de Calvino Institutio Religionis Christianae (1536), –la obra canónica de la doctrina protestante- en la que afirma que es „un acto criminal matar a los herejes. Exterminarlos a sangre y fuego significaría negar todo principio de humanidad.“[22] Y desvela además que Calvino era muy consciente de su incoherencia, puesto que, una vez conseguido el poder, se apresuró a cambiar precisamente este texto en la segunda edición del libro.
Con respecto a la segunda y a la tercera cuestión arguye Castellio que ningún poder puede decidir sobre la verdad o el error de una opinión, y menos aún en materia religiosa, pues sólo a Dios compete este juicio. Calvino, que controla en Ginebra el poder estatal y el religioso sin ostentar el primero oficialmente, se ha arrogado el derecho de juzgar y condenar tanto en lo mundano como en lo religioso y ha suplantado con ello a Dios. El fue quien derivó el proceso de Servet al magistrado ginebrino y le conminó a castigarlo con la pena capital de la hoguera. Buen conocedor de la historia, recuerda Castellio que la apología del pensamiento único ha sido siempre la causa de los derramamientos de sangre y no admite que Calvino, para justificarse, se remita a la ley mosaica, la cual exigiría extirpar a los infieles a sangre y fuego, puesto que la ley no exhorta a aniquilarlos sino a excomulgarlos y ésta es una cuestión que debe resolverse entre clérigos. Nunca Jesucristo exhortó a matar a nadie. La verdad puede predicarse, pero nunca imponerse. Y concluye: „Matar a un ser humano no es defender una doctrina, sino matar a un ser humano [...], no es fiel a su fe quien quema a otro ser humano, sino sólo aquél que se deja quemar en nombre de esta fe.”[23] En consecuencia pronuncia su veredicto: tanto el magistrado como Calvino son culpables por haberse excedido en sus competencias. Ya que el ser humano tiene derecho a la autonomía de pensamiento y, puesto que la última instancia moral es su propia conciencia, acusa de criminales a ambos, al primero por haber dictado una condena en una materia que no era de su competencia y al segundo le acusa doblemente, tanto de haber iniciado el proceso como de su ejecución:
„O bien has hecho ejecutar a Servet porque pensaba lo que decía, o porque, fiel a sus más íntimas convicciones, decía lo que pensaba. Si lo has matado porque manifestó sus convicciones íntimas, entonces lo has matado por decir la verdad, pues la verdad consiste en decir lo que se piensa, incluso cuando uno está en un error.”[24]

III. Zweig: utopía contra ambigüedad

Le debemos al escritor vienés que haya rescatado del injusto olvido histórico para la posteridad la obra y la figura de Sebastián Castellio. Él fue el primero en defender el derecho a la libertad de conciencia, mucho antes de que lo hicieran Locke, Hume y Voltaire y, como subraya el propio Zweig, en tiempos incomparablemente más difíciles, arriesgando su vida.[25] Castellio contra Calvino, no sólo contribuyó a dar a conocer al gran público a este destacado humanista –Zweig fue el autor en lengua alemana más leído de su tiempo-, sino que constituye aún hoy una obra básica de referencia para los estudiosos de Castellio. Stefan Zweig compartía ciegamente el pensamiento de Castellio y lo defendió apasionadamente, pero admiraba tanto las ideas como a su autor, por su clara toma de partido, por la congruencia y la valentía con que luchó hasta el final, cuando la muerte lo sorprendió librándolo de la hoguera. Zweig, que, como Erasmo, apostaba por la conciliación y la neutralidad, manifestó una actitud ambigua ante el nacionalsocialismo y abominaba de la política. Probablemente por ello también quiso con este libro dejar constancia de un comportamiento modélico que todo ser humano debiera imitar. Si en relación con la figura de Erasmo, en el ensayo escrito dos años antes, había dicho que él „proyectaba algo de su propio destino interior en un espejo“[26], respecto al personaje de Castellio, en cambio, aseguraba que no había descrito al hombre que él [Zweig] era, sino a aquél „que quisiera ser“.[27]
Pero, precisamente por la admiración que suscitaba en Zweig la conducta de Castellio, resulta difícil entender su recorrido ideológico y biográfico. No ya sólo por el hecho de que él no siguiera el ejemplo de su ídolo –¿quién podría erigirse en juez de un hombre que no colabora con la resistencia en tiempos en que impera el terror?-, sino por la trayectoria de sus ideas acerca de la culpa, la justicia, la política, el pacifismo y el poder del espíritu. Valga como resumen de este recorrido una breve mención a dos de sus textos, de entre su vasta obra: la leyenda Die Augen des ewigen Bruders –Los ojos del hermano eterno[28]- (1922) y el relato Schachnovelle –Novela de ajedrez[29]- (1941).
En la primera, Zweig sitúa la acción en India y nos presenta a Virata, bondadoso y fiel servidor de su rey, que persigue el objetivo de ser justo en cada momento de su vida y actúa siempre según le dicta su conciencia: así, defendiendo en la guerra a su rey, mata a su hermano sin saberlo y, cuando lo reconoce entre los muertos, decide dejar las armas para siempre, pues todos los seres humanos son hermanos. Su segunda profesión, la de juez, le abre los ojos acerca de la imposibilidad absoluta de impartir justicia, puesto que, en rigor, ni es posible conocer las razones del reo ni quien dicta la sentencia ha experimentado en carne propia el castigo que impone. La decisión de aislarse del mundo retirándose a la vida solitaria acaba también por revelarse como inadecuada, pues otros han seguido el ejemplo de aquel santo varón y han dejado, así, desprotegidas a sus familias. La conclusión final es, pues, que la mejor solución es la no-actuación, no tomar decisiones y ponerse al servicio de otro.
La solución es a todas luces poco realista e injusta, sobre todo porque el señor al servicio del cual se pone Virata sí está obligado a actuar y a tomar decisiones.
Años más tarde, cuando Klaus Mann, desde el exilio, le propuso a Zweig colaborar en la revista de emigrantes que él publicaba, Die Sammlung, el escritor austriaco declinó el ofrecimiento alegando que al fascismo había que combatirlo con la literatura y no con la polémica sobre la actualidad política.[30] Su respuesta se publicó en la revista Börsenblatt für den Deutschen Buchhandel del 14 de octubre de 1933 y le valió a Zweig la fama de colaboracionista.[31] Es difícil imaginar una reacción así en la misma persona que tres años más tarde escribe:
Porque la violencia se renueva en cada época bajo formas distintas, también los hombres del espíritu deben renovar la lucha contra ella; nunca deben evadirse alegando que la violencia es demasiado fuerte en ese momento y que, en consecuencia, no tiene ningún sentido oponerse a ella con la palabra, pues decir la verdad [...] no es nunca algo infructuoso. Incluso cuando no sale vencedora, la palabra siempre revela su eterna contemporaneidad, [...].[32]
El último relato que escribió Zweig, Schachnovelle –Novela de ajedrez-, viene a ser la alegoría de una decepción; el sueño de un mundo ideal, por el que él había apostado siempre, se había venido abajo: en la partida de ajedrez en que se enfrentan un emigrante y el campeón mundial, el primero gana la primera partida, pero pierde por abandono la revancha, porque la posición de las figuras en el tablero no se corresponde con la que él imagina. El tema del relato sugiere el enfrentamiento entre el espíritu y el poder absoluto y el abandono del primero frente al segundo, la derrota del espíritu frente al poder, ya que aquél ha dejado de entender las reglas que imperan en el nuevo mundo. Esta misma idea la corroboran el título y el contenido de la autobiografía de Zweig, Die Welt von Gestern –El mundo de ayer- (1942). El mundo de Stefan Zweig pertenecía al pasado y él no supo ni pudo vivir en su presente. Se suicidó en su exilio brasileño en 1942. Pero nos dejó su valioso legado: la necesaria utopía que debe orientar la actuación humana y que marca el camino a seguir para una convivencia pacífica de los credos.
Tras la muerte de Castellio otros han tomado su testigo y lo han adaptado a las necesidades de su tiempo. Nuestro mundo se ha convertido en un lugar donde deben convivir seres humanos de diferentes culturas. El diálogo, por tanto, se hace hoy más necesario que nunca. Pero, como afirmaba Castellio, el verdadero diálogo sólo puede darse entre iguales, y en alcanzar esta igualdad está actualmente el gran reto. El teólogo Xec Marquès lo resume con metafórica precisión con las siguientes palabras: „El diálogo, [...], es posible cuando yo salgo de mi hogar y camino hacia el hogar del otro. El diálogo es posible cuando todos tienen un hogar. [...]. Pero si esto no sucede, porque uno es pobre, porque allí donde debiera estar mi hogar el más poderoso ha colocado el suyo, entonces el diálogo no es posible.“[33]

[1] Hartmut Müller, Stefan Zweig mit Selbstzeugnissen und Bilddokumenten (rowohlts monographien), Reinbek bei Hamburg 1996, pp. 74 y 85-86.
A este respecto véase también Arnold Bauer, Stefan Zweig (Köpfe des 20. Jahrhunderts, Vol. 21), Berlín 1996, p. 45, quien subraya más el pesimismo de Zweig que su utopismo.
[2] Existen traducciones al español y al catalán de esta obra: Tres maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski, Barcelona 2004 y Tres mestres: Balzac, Dickens, Dostoievski, Barcelona 1989.
[3] Existe traducción al español: La lucha contra el demonio: Hölderlin, Kleist, Nietzsche, Barcelona 2002.
[4] Existe traducción al español: Erasmo de Rotterdam: triunfo y tragedia de un humanista, Barcelona 2005.
[5] Existe traducción al español de esta obra: Stefan Zweig, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia, Barcelona 2006.
[6] Stefan Zweig, Castellio gegen Calvin oder Ein Gewissen gegen die Gewalt, Frankfurt am Main 1994, donde encontramos conceptos tales como ‚Sturmgarde’ (guardia de asalto), ‚Jungvolk’ (cadetes [de las Juventudes Hitlerianas] ), ‚Ideologie’ (ideología), ‚totalitär’ (totalitario), ‚Gleichschaltung’ (unificación [de partidos] )‚ ‚Diktatur’ (dictadura) o ‚Geheimdiplomatie’ (diplomacia secreta).
[7] Sobre todo en sus biografías, Zweig recurre al psicograma: él veía una relación directa entre la fisonomía de un individuo y su carácter:
„El rostro de Calvino es como un erial, uno de esos paisajes solitarios y apartados, cuya muda severidad remite a Dios, pero donde no hay rastro alguno de humanidad. Esta faz ascética, inmutable, lúgubre, falta de bondad, carece de todo lo que hace la vida fértil, plena, alegre, floreciente, cálida y sensual. En este rostro hosco y oval, todo es adusto y feo, anguloso e inarmónico: la frente, estrecha y severa bajo la que brillan dos profundos ojos todopoderosos, como dos tizones; la pronunciada y corva nariz, prominentemente avanzada, como ávida de poder, entre pómulos hundidos; la finísima boca, como cortada con bisturí, que rara vez alguien ha visto sonreír. Ni una sombra de cálido rubor se asoma a la piel seca, ceniza, consumida; los pómulos son tan grisáceos y arrugados, tan enfermizos y lívidos, que es como si una fiebre interior, un vampiro, le hubiera chupado la sangre, [...].” Ibid., p. 47.
No es ésta la única obra con la que Zweig pretende referirse a la situación política de su tiempo; su biografía Joseph Fouché. Bildnis eines politischen Menschen (1929) es una advertencia del peligro inminente que se cierne sobre Europa a causa de la inestabilidad política derivada de la Primera Guerra Mundial y que se plasmaba en el surgimiento de fuerzas nacionalistas reaccionarias en Italia, Alemania y Austria, que perseguían el poder e iban ganando terreno. También con esta obra la intención del autor es presentar un carácter prototípico del político, que para él era sinónimo de dogmático. (V. Stefan Zweig, Joseph Fouché. Bildnis eines politischen Menschen, Frankfurt am Main, 1986, p.13).
Existe traducción al español y al catalán de esta obra: Fouché: el genio tenebroso, Barcelona 2003 y Fouché, retrat d’un home polític, Barcelona 2004.
Todas las traducciones de las citas del alemán son de la autora.
[8] Si bien Stefan Zweig estudiaba con celo las fuentes históricas en el trabajo de documentación previo a la escritura de sus obras (V. Bauer, Stefan Zweig, op. cit., p. 49), su biógrafo Hartmut Müller subraya que el autor ignoró aspectos positivos de Calvino y seleccionó sólo los rasgos que le interesaron de su personalidad, en función del objetivo que perseguía: acusar al nacionalsocialismo de represor de la libertad del espíritu: „ [...] Calvino no fue sólo un maestro en el arte de aplicar la disciplina con mano férrea, no fue sólo un hosco fanático, un intolerante con las manos manchadas de sangre. Fue el reconocido reformador de Europa occidental, que fundó la unidad de todos los reformados. Como ecuménico que era, se propuso la unidad entre todos los luteranos e incluso con Roma. Como espíritu universal contribuyó al desarrollo del mundo moderno y al nacimiento de la democracia moderna. Zweig subordinó su descripción a un objetivo muy concreto: la difusión de su enmascarada acusación literaria contra la esclavitud del espíritu libre en la Alemania nacionalsocialista. (Müller, Stefan Zweig, op. cit., p. 101).
[9] Müller, op. cit. p. 74.
[10] En una carta del 24 de enero de 1917 Zweig escribió a Martin Buber, partidario del sionismo: „Nunca me he sentido tan libre como ahora por el judaísmo que hay en mí, en estos tiempos de locura nacional, y de usted y de la suya me separa no sólo el hecho de que yo nunca desearía que el judaísmo se convirtiera de nuevo en una nación [...], también el hecho de que yo amo la diáspora y la suscribo por su idealismo [el del judaísmo], por su misión cosmopolita, que atañe a todos los seres humanos, y no deseo otra unión si no es en el espíritu ...”, Carta a Martin Buber, VIII. Kochgasse 8 Viena, 24 de enero de 1917, en: Richard Friedenthal (Ed.), Stefan Zweig: Briefe an Freunde, Frankfurt am Main 1984, S. 68, citado en Müller, Stefan Zweig, op. cit., p. 63.
[11] H. Müller menciona a este respecto un artículo que Zweig escribió en la primavera de 1911 a su regreso de un viaje a los EEUU, publicado en el Neue Freie Presse. (Ibid, p. 49).
En relación con el optimismo de Zweig véase también el capítulo 8, „Glanz und Schatten über Europa” , de su autobiografía Die Welt von Gestern. Erinnerungen eines Europäers, publicada en 1941.
De su autobiografía existe traducción al español y al catalán: El mundo de ayer, Barcelona 2002 y El món d’ahir. Memòries d’un europeu, Barcelona 2001.
En su monografía sobre Emile Verhaeren, un estudio sobre su admirado poeta y amigo, escribe Zweig: „Los dioses se convertirán en hombres, volverá a su pecho el destino externo, los santos serán para siempre sus hermanos y el paraíso la propia tierra.“, citado en Müller, Ibid., p. 51.
En su pieza teatral Tersites (1907) Zweig muestra el nacionalismo como una enfermedad que conviene erradicar, responsable de la confrontación entre los pueblos, de las guerras, el sufrimiento y la muerte de muchos seres humanos.
[12] „Tersites, Jeremias. Zwei Dramen ”, en: Knut Beck (Ed.), Gesammelte Werke in Einzelbänden, Frankfurt am Main 1992 , p. 327.
[13] „Porque ahora no se trata de una cuestión de estricta teología ni del caso concreto de Servet, tampoco de la decisiva crisis entre el protestantismo liberal y el ortodoxo: en esta crucial controversia se plantea una cuestión de mayor trascendencia y universalidad, [...], comienza una lucha que, bajo diferentes nombres y formas siempre va a tener que ser librada, una y otra vez [...]. Como quiera que denominemos a los dos extremos de esta eterna tensión –tanto si lo llamamos tolerancia contra intolerancia, libertad contra tutelaje, humanidad contra fanatismo, personalidad contra mecanización, la conciencia contra la violencia-, todas estas denominaciones no expresan en definitiva más que una decisión absolutamente íntima y personal, aquello que es lo más importante para cada cual –lo humano o lo político, la ética o el logos, la individualidad o la comunidad-.” (Zweig, Castellio gegen Calvin, op.cit. p. 12-13).
14 Ibid., p. 13.
15 Sebastian Castellio, citado en Zweig, Ibid., p. 135.
[16] Zweig, Castellio gegen Calvin., op. cit., p. 152.
[17] A este respecto y en otro contexto Zweig destaca la humildad del propio Castellio, quien, en el prólogo de su traducción de la Biblia, advertía a los lectores de que su versión no era infalible, dada la dificultad que implica la interpretación del texto sagrado, en algunos puntos también para él muy oscuros. (V. Zweig, Ibid., p. 80).
[18] Zweig, Ibid., p. 151.
[19] Citado según Zweig, Ibid., p. 156.
[20] Citado según Zweig, Ibid., p. 157.
[21] Citado según Zweig, Ibid., p. 170.
[22] Citado según Zweig, Ibid., p. 174.
[23] Citado por Zweig, Ibid., p. 177.
[24] Citado por Zweig, Ibid., p. 179.
[25] Zweig, Ibid., p.18.
[26] Carta a Rudolf Kayser, Londres, 30 de noviembre de 1933, en Erich Fitzbauer (Ed.), Stefan Zweig, Spiegelungen einer schöpferischen Persönlichkeit, Viena 1959, p. 75, citada en Müller, Stefan Zweig, op. cit., p.102.
[27] Carta a Joseph Roth (sin fecha, probablemente del otoño de 1937), en Friedenthal (ed.), op. cit., p. 286, citada en Müller, op. cit., p. 102
[28] Existen traducciones al español y al catalán: Los ojos del hermano eterno: leyenda, Barcelona 2002 y Els ulls del germà etern, Barcelona 2002.
[29] Existen traducciones de este relato al español, al catalán, al vasco y al gallego: Novela de Ajedrez, Barcelona 2001; Novel·la d’escacs, Barcelona 1991; Xake nobela, Guipúzcoa 1999 y Novela de xadrez, Pontevedra 2004.
[30] En una carta privada a su amigo y editor Kippenberg, citada en H. Müller, Stefan Zweig, p. 98.
[31] Müller, Ibid., p. 99.
[32] Zweig, Castellio gegen Calvin, op. cit., p. 160.

[33] Correspondencia privada de la autora con el teólogo Xec Marquès, profesor de teología en África subsahariana (Carta del 4 de marzo de 2008).

(Traducción de la versión alemana del artículo publicado en: Bernd Springer (ed.), Religiöse Toleranz im Spiegel der Literatur)

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