Inka Parei, El principio de la oscuridad

EL VIRTUOSISMO DE LA CONCISIÓN

Inka Parei, El principio de la oscuridad,
Trad. de Richard Gross. Acantilado. Barcelona, 2007. 139 págs.

Anna Rossell

Es gratificante comprobar que también el segundo libro de Inka Parei (Frankfurt am Main, 1967) corrobora la calidad literaria que nos ofreció el primero, Die Schattenboxerin (Schöffling & Co, 1999; La luchadora de sombras, Acantilado, 2002). Su autora consolida en El principio de la oscuridad ese estilo tan propio y peculiar, que tan gratamente sorprendió de aquél. Esta joven promesa de la literatura alemana sabe sumergir al lector en momentos históricos cruciales de Alemania a través de un minucioso trabajo de introspección psicológica de sus personajes y de una construcción de la trama absolutamente original. Parei desarrolla una escritura breve y densa, altamente depurada, que revela extraordinarias dotes de observación y sensibilidad. Si La luchadora de sombras nos traslada al Berlín recién unificado, El principio de la oscuridad se desarrolla en tiempos del llamado “Otoño alemán”, época de atentados terroristas, que culminó en 1977, año del secuestro y asesinato de Hanns Martin Schleyer por la organización de extrema izquierda RAF, que propició una atmósfera de tensión social desconocida hasta entonces en Alemania. Pero la autora no dibuja esta época dando una visión panorámica al uso. Uno de sus méritos reside en la peculiaridad de la idea que, de modo completamente atípico, transmite el ambiente plomizo y frío de aquellos años a partir de la figura de un único protagonista, un anciano inválido que vive solo en una deslucida casa de los arrabales de Frankfurt, heredada de la viuda de un antiguo compañero de guerra, donde acaba de instalarse. Como la extensión del libro el tiempo narrado es breve, son pocos días en los que acompañamos a un anciano, uno de tantos, en su intensa soledad: sus largas noches de sueño interrumpido, el insomnio que da paso al flujo de conciencia, que constituye el tejido de la historia. La narración, en tercera persona, consigue introducir al lector en la mente del protagonista, sentir con él los temores que le suscitan los ruidos nocturnos, los movimientos aparentemente sospechosos de los vecinos -el propietario de una pensión, un carnicero, una familia de realquilados y un desconocido de dudoso comportamiento-, a los que observa al amanecer. Con una única excepción, en que el protagonista sale a dar un breve paseo por un parque, todo el tiempo transcurre en esa casa ajena de una ciudad ajena, a la que el anciano se ha trasladado desde Berlín. En su eterna soledad sus pensamientos derivan hacia un pasado del que el hombre conserva un fuerte sentimiento de culpabilidad, cuando en la guerra ejerció de vigilante en un campo de prisioneros rusos: son retales de recuerdos, algunos velados por el tiempo, solamente apuntados, a partir de los cuales el lector podrá intuir sin llegar a saber.
Es sorprendente la empatía que logra Parei con un personaje de estas características, magistral y extremamente minuciosa en el detalle y sensible en la matización con que describe el sentimiento de impotencia física del anciano, su dificultad de movimientos con las muletas, que con frecuencia ralentiza hasta conseguir un efecto de cámara lenta. Así asistimos a los últimos días del representante de una generación, inmersos en su mundo mental angustioso, que parece encontrarse entre la vigilia y el sueño, entre la vida y la muerte, una angustia propiciada por frases cortas, sencillas y exactas, que acentúan la situación agónica del anciano y que la traducción sabe trasladar al español con fidelidad y calidad literaria. Es El principio de la oscuridad, que en alemán –Was Dunkelheit war, Lo que fue la oscuridad- no parece querer subrayar tanto el comienzo de una agonía personal como hacer referencia a una época turbia de la historia alemana.
Las características del texto, sin acción, que comienza in medias res y relata un retazo de la vida del protagonista en el que casi todos los interrogantes quedan abiertos, lo acercan más al género de la short story que al de la novela, una short story larga y encomiable.

(En: Quimera. Revista de Literatura)

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